Simyo siempre me pareció una compañía simpática (de telefonía móvil, digo), y me lo sigue pareciendo, la verdad, pero bastante menos, aunque supongo que es lo habitual cuando alguien en quien has depositado la confianza te chulea y se ríe de manera insistente en tu cara. Y es que, las ofertas de 3×2 —imagino que como a todo el mundo— me gustan cuando pago 2 y me llevo 3, no al revés.
Para mi el problema es muy sencillo, pero por lo visto no lo debe ser tanto. Tengo dos tarjetas prepago con Simyo, y en octubre hago un par de recargas de 5 euros, una para cada línea. Aunque sea de letras, me llega para entender que 2 x 5 = 10. Sean pixels, pulgadas, ovejas, euros o cervezas. Pero en el extracto de la tarjeta con la que pago, aparecen tres cargos de 5 euros, y aunque no trabajo en la banca, puedo intuir que son del mismo cobrador. Esto es 3 x 5 = 15. OK, pero como solo me han recargado 10 euros, toca reclamar, ¿no?.
El correo electrónico me parece la mejor herramienta. Siempre. Puedo escribir cuando me de la gana, sin depender de horarios estúpidos y todo lo que se dice queda por escrito. Además, no me cuesta dinero ni tanto tiempo como me costaría llamar por teléfono (la mayor parte de las veces, llamar por teléfono a atención al cliente es una pérdida de tiempo, y eso si logras que te atienda un ser humano).
Día 12 de noviembre, primer correo. Respuesta: envíe el extracto de la tarjeta para hacer las comprobaciones. No hay problema. Lo mando. Respuesta: no nos ha llegado ningún fichero adjunto. Lo vuelvo a mandar, y como esa excusa siempre me sonó a «mi perro se ha comido los deberes», adjunto el documento y dos URL desde las cuales se puede ver el documento adjunto (en formato PNG y PDF) y además me pongo en copia a una media docena de direcciones de correo propias. Respuesta: no nos ha llegado ningún documento adjunto. Qué raro, a mi me ha llegado perfectamente a todas esas direcciones. Por suponer, puedo suponer que, como algunas empresas, tienen algún filtro en el correo y se merienda los adjuntos, que son más inútiles de lo que parece, o simplemente que me están mintiendo como bellacos.
Bueno, vamos a jurar un poco en Twitter, haciendo mención a Simyo, a ver que pasa. Rápidos y muy atentos, eso si. Me dan una cuenta de correo alternativa para contarles el tema. Vuelvo a escribir, vuelvo a adjuntar el extracto. Respuesta: contactarán conmigo para darme una respuesta.
Así llegamos al día 7 de diciembre, en el que me llaman por teléfono, todo un detalle, para decirme que por favor les envíe el extracto de la tarjeta para hacer sus comprobaciones, bla, bla bla… Y que si acaso, se lo mande por fax a un número 902. Como no me da la **** gana de mandar un fax, vuelvo a mandar el extracto adjunto por correo electrónico.
12 de diciembre. Última comunicación. No les ha llegado ningún fichero adjunto. Ya no me extraña. Y aquí es cuando después de un mes esperando a que me hagan algún caso y atiendan la incidencia, decido dejarme robar 5 euros. Es una cuestión práctica. O pierdo más tiempo con esta panda, o dedico ese tiempo a cosas más productivas. Y por 5 euros, agacho la cabeza, echo pestes de Simyo, no se lo recomendaré a nadie y desde luego, cuando me toque rellenar saldo de las dos líneas que tengo con Simyo, no me lo pensaré mucho.
Así que, amigos de Simyo, muchas gracias. En la imagen adjunta (ojo, que aquí está comprobado y verificado que viene imagen adjunta, y si le haces clic hasta se hace más grande) tenéis la documentación que os he mandado cuatro o cinco veces y se ha perdido en el limbo de Internet. Por si acaso.
En fin, siempre explico en clase que un cliente descontento hará más ruido que uno contento. Y que Internet es una herramienta genial para estas cosas. Así que tenía que predicar con el ejemplo 🙂